Escenas
del capítulo anterior: La premier estuvo
muy concurrida. Asistieron todos los matices caicedianos que iban armados de leña
y combustible suficiente para incinerar al equipo de producción y sus
compinches herejes.
Te
conozco bacalao
El
término adaptación me parece bastante impreciso a pesar de ser
utilizado en muchas áreas de estudio (desde la biología hasta la dramaturgia).
Es más sensato hablar de re-lectura o, en términos hitchockianos : aportarle
cosas nuevas al texto original. De ahí que un adaptador no es más que un lector
cualificado a quien le encomiendan la innoble tarea de descuartizar al autor. Fuerte, fuerte, hacha y machete.
Una
buena re-lectura es la que elimina aquello eminentemente literario (la lírica,
por ejemplo) y se queda con las imágenes, los personajes y los conflictos
potentes.
Ya
dijimos que, por principio de realidad, a la producción de la película le tocó olvidarse de Los Rolling Stones por
un lado y de la época caicediana por otro.
¿Qué
le quedaba entonces a Charlie Brown y a Mr. Towers? Tenían en sus manos un personaje inolvidable y unos personajes
secundarios que le ayudan a descender al infierno.
Y
ese es el mayor acierto de ésta re-lectura. María del Carmen es un personaje universal y atemporal. Como
lo es Madame Bovary , como lo es Joseph K.
El
guión se toma licencias audaces. Sucede en el año 2013 pero con elementos
anacrónicos: el acetato, el tornamesa, el amplificador de tubos, el niche que
facha rufa. Elementos que sobreviven al tiempo y que, incluso, han resurgido a
pesar de la revolución digital. Pero eso es mera ambientación como lo es en Blade
Runner (1982, Scott), donde conviven la chatarra y las estaciones
espaciales.
Lo
realmente importante es una joven que se desclasa, que renuncia a una vida
acomodada y se lanza al goce. La Ley
paterna, representada en un parco David Guerrero, se encuentra presente pero
ausente. Es una Ley tenue, desdibujada.
Entonces
viene el desborde. No importó la música electrónica en concubinato con la
Sonora Ponceña, porque el guión nunca se desvía. Nunca suelta al personaje. Es
la decadencia espiritual y física de una chica play que renuncia a la comodidad. Y
ese goce absoluto lleva,
inevitablemente, a la muerte.
La
puesta en escena nos traslada allá, al delirio de la carne. Porque no se trata
de sufrir me tocó a mí en esta vida (la chica lo tiene todo, materialmente
hablando), sino de transitar de hombre en hombre, de viajar de piel en
piel, hasta matar y comer del muerto.
Ahora
vengo yo
En
Cali existen dos antecedentes similares en largometraje de ficción: Tacones (1982) y Ciudad delirio (2014). Son antecedentes
fallidos, que han quedado como testimonio de un cine sin alma. Por eso se agradece que el trio Brown-Towers-Warrior, hayan ejecutado una obra autónoma,
inspirada en el texto de Caicedo pero actualizándolo, revalorándolo y
agregándole una voz propia.
La iluminación no es de postal turistera ,
como tampoco existen movimientos de cámara y de grúa que quiten el aliento. Los
ojos nunca se alejan de la trasformación de María del Carmen. En su mal
ejemplo, en su anarquismo absoluto que, con un centímetro más, rayaría en la
apología al delito. A pesar del bailoteo, a pesar de las orgías, a pesar de yo-hago- lo-que-me-da-la-gana, ella va triste y vacía.
Como
se sabe, la novela es un largo monólogo. A mi juicio, es más teatral que
cinematográfica. Entonces, como solucionar ese monólogo interior que es
eminentemente teatral?
Existen
voces en off que molestan porque no hacen más que resaltar lo que el espectador
está viendo en imagen. Pero éstos anti-consejos y diatribas nos van mostrando la
convicción espiritual del personaje para
educar en la mala conducta. Es la lucha de la joven que se negó a envejecer. María
del Carmen es la tambor de hojalata
del trópico que prefiere alinearse con la muerte, cuando la moda es alinearse
con la causa o con el melodrama.
Convergencia
Usualmente
se cree que hay que respetar al autor y que una adaptación exitosa es la que
guarda fidelidad al texto. Pienso exactamente al revés. Dado que es imposible meterse
en la cabeza del literato, lo mejor es subvertirlo, implotarlo, para sacar de
ahí una película que se defienda sola. Testimonio de ello lo da Orson Welles al
re-leer El Proceso de Kafka, Arturo
Ripstein con El coronel no tiene quien le
escriba de Gabo y Akira Kurusawa con Ran-Rey
Lear de Shakespeare. Hay fuego en el
23.
Para finalizar, el bolerazo Gentle Rain de Richie Ray y Bobby Cruz, de la banda sonora de la película
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