lunes, 2 de octubre de 2017

El fin de la guerra: un año después del plebiscito


 "Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de quién debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquel que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición” (1)

Cero y van dos. El segundo documental sobre el proceso de paz colombiano se estrenó un año después del “Oscuro animal” plebiscitario. Es inevitable comparar “ El silencio de los fusiles” con “El fin de la guerra”. Y será inevitable comparar los tres cuando se estrene el de Margarita Martínez. Porque tienen el mismo punto de partida. Tienen casi los mismos protagonistas. Lo paradójico es que el  primero es realizado por la periodista Natalia Orozco pero se convierte en un documental de creación y el segundo filmado por el cineasta inglés Marc Silver pero tiene más cara de reportaje. 

De hecho, el protagonista absoluto de “El fin de la guerra” es el reportero Jorge Enrique Botero, uno de los comunicadores a quien en tiempos de la seguridad democrática le clavaron la frase lapidaria: “se escuda en su condición de periodista para ser permisivo cómplice del terrorismo”.

Botero es el eje narrativo por el que pasa el Proceso de Paz. Tiene acceso a toda la gente involucrada: a los derechos y a los izquierdos, a los extremos y a los menos extremos. Por lo tanto, vemos lo que ve Botero. Y el director nos pone en el papel de reportería diaria: el espectador se convierte en el periodista cotidiano que olfatea noticias desde que se levanta hasta que se acuesta.

Si la disposición a la guerra es un producto del instinto de destrucción, lo más fácil será apelar al antagonista de ese instinto: al Eros. Todo lo que establezca vínculos afectivos entre los hombres debe actuar contra la guerra. Estos vínculos pueden ser de dos clases. Primero, los lazos análogos a los que nos ligan a los objetos del amor, aunque desprovistos de fines sexuales. El psicoanálisis no precisa avergonzarse de hablar aquí de amor, pues la religión dice también “ama al prójimo como a ti mismo”. Esto es fácil exigirlo, pero difícil cumplirlo. La otra forma de vinculación afectiva es la que se realiza por identificación. Cuando establece importantes elementos comunes entre los hombres, despierta tales sentimientos de comunidad, identificaciones. Sobre ellas se funda en gran parte la estructura de la sociedad humana.”(2)

Hay un plano que llama la atención: Juan Manuel Santos presenta muy orgulloso la fecha de 23 de marzo de 2016 como el fin definitivo de la guerra. Un anuncio trascendental después de 52 años de bala corrida. Al lado derecho sonríe Germán Vargas Lleras y al lado izquierdo muy inmarcesible posa Mauricio Lizcano. Un año después, ese plano adquiere un significado diferente. Los otrora alfiles del proceso de Paz son ahora enemigos declarados del mismo. Salieron del clóset hace apenas un mes, pero el documental nos recuerda que comieron del plato mientras les convino.

De allí,que a uno le queda el sabor amargo de todo lo que tuvo que sortear el proceso: traiciones, posverdades, verdades a medias, mentiras rampantes, puñaladas traperas… Al final , el sancocho nacional es tal cual lo retrata Marc Silver: una tragedia Shakesperiana en el corazón del trópico.
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Las citas pertenecen a la carta de Freud a Einstein “Porqué la guerra”?