Algunos cinéfilos son filatélicos y fetichistas. Pueden comprar el bigote de Chaplin o los cucos de Marilyn por una cifra astronómica. Otros son necrófilos y onomásticos. Cuantos años cumpliría Truffaut si ese maligno cáncer no le hubiera acabado su noche americana? , Cuando es el cumpleaños del indiscreto Hitchcock?.
El necrófilo mayor era, de lejos, Andrés Caicedo. Nunca un cinéfilo tuvo tantos admiradores y detractores a la vez. Frente a su obra y personalidad no existen medias tintas. Se le ama con la devoción del mito o se le rebaja a la categoría de “sobrevalorado”.
“Sus textos son pura redacción y nada mas”- escribe un periodista caleño en la Revista Cambio. “Dejémonos de Caicedismos”- grita un intelectual paisa.
Cuenta la leyenda que un día Andrés se encontró, de sopetón, con un escritor con quien existía bronca mutua. El escritor enemigo, tartamudo también, le increpa:
- El pro-ble-ma tu-yo es que no te-nés mé-to-do
A lo que Andrés contesta con aire cicuta:
- El pro-ble-ma tu-yo es que no te-nés ta-len-to
Vivió con una película en la cabeza, con el teatro en la sangre y la literatura en el corazón. La música la llevaba en el alma. Escribió, de manera compulsiva, la mejor critica de cine de su generación. Su personalidad mamotrética lo empujó a emprender proyectos utópicos (intentar ver todo el cine filmado hasta ese momento dado que es un arte tan joven), proyectos industriales (viajar a Hollywood a venderle guiones a Roger Corman) y proyectos editoriales (dirigir una revista gordísima con poquísima pauta publicitaria y llegar al numero 5).
El próximo 4 de Marzo se cumple un año más de su despedida por suicidio. Puede que al fenómeno Caicedo se le valore más allá de sus logros. Por lo que es necesario enmarcar su vida en un contexto específico. A finales de los 60 y comienzos de los 70 Cali era un pueblo grande, “un garaje con obispos” , para utilizar la expresión de Enrique Buenaventura.
Andrés fue capaz de establecer contacto epistolar con varios intelectuales del mundo y estar al tanto de la movida literaria y cinematográfica, en un momento en que lo global estaba lejos de inventarse.
Esa universalidad la aplicó en los escritos, repletos de fobias y amores. “De la critica me gusta lo audaz, lo maleducado”. “Todo gusto personal es una aberración” .
Arbitrarias y prejuiciadas, sus criticas de cine contienen la pasión del cinéfilo puro y la erudición del lector voraz, el desmadre del jovencito y la frialdad del viejo precoz.
Andrés introdujo un neologismo en la jerga médica al que nos acogemos gustosos: Cinesífilis: enfermedad terminal que suele aparecer en espectadores solitarios y cuyo único tratamiento consiste en dosis semanales de películas. De lo contrario el paciente muere de melancolía.
El necrófilo mayor era, de lejos, Andrés Caicedo. Nunca un cinéfilo tuvo tantos admiradores y detractores a la vez. Frente a su obra y personalidad no existen medias tintas. Se le ama con la devoción del mito o se le rebaja a la categoría de “sobrevalorado”.
“Sus textos son pura redacción y nada mas”- escribe un periodista caleño en la Revista Cambio. “Dejémonos de Caicedismos”- grita un intelectual paisa.
Cuenta la leyenda que un día Andrés se encontró, de sopetón, con un escritor con quien existía bronca mutua. El escritor enemigo, tartamudo también, le increpa:
- El pro-ble-ma tu-yo es que no te-nés mé-to-do
A lo que Andrés contesta con aire cicuta:
- El pro-ble-ma tu-yo es que no te-nés ta-len-to
Vivió con una película en la cabeza, con el teatro en la sangre y la literatura en el corazón. La música la llevaba en el alma. Escribió, de manera compulsiva, la mejor critica de cine de su generación. Su personalidad mamotrética lo empujó a emprender proyectos utópicos (intentar ver todo el cine filmado hasta ese momento dado que es un arte tan joven), proyectos industriales (viajar a Hollywood a venderle guiones a Roger Corman) y proyectos editoriales (dirigir una revista gordísima con poquísima pauta publicitaria y llegar al numero 5).
El próximo 4 de Marzo se cumple un año más de su despedida por suicidio. Puede que al fenómeno Caicedo se le valore más allá de sus logros. Por lo que es necesario enmarcar su vida en un contexto específico. A finales de los 60 y comienzos de los 70 Cali era un pueblo grande, “un garaje con obispos” , para utilizar la expresión de Enrique Buenaventura.
Andrés fue capaz de establecer contacto epistolar con varios intelectuales del mundo y estar al tanto de la movida literaria y cinematográfica, en un momento en que lo global estaba lejos de inventarse.
Esa universalidad la aplicó en los escritos, repletos de fobias y amores. “De la critica me gusta lo audaz, lo maleducado”. “Todo gusto personal es una aberración” .
Arbitrarias y prejuiciadas, sus criticas de cine contienen la pasión del cinéfilo puro y la erudición del lector voraz, el desmadre del jovencito y la frialdad del viejo precoz.
Andrés introdujo un neologismo en la jerga médica al que nos acogemos gustosos: Cinesífilis: enfermedad terminal que suele aparecer en espectadores solitarios y cuyo único tratamiento consiste en dosis semanales de películas. De lo contrario el paciente muere de melancolía.
1 comentario:
Gracias por la nota! I like it!
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