"Al principio, en la pequeña horda humana, la mayor fuerza muscular era la que decidía a quién debía pertenecer alguna cosa o la voluntad de quién debía llevarse a cabo. Al poco tiempo la fuerza muscular fue reforzada y sustituida por el empleo de herramientas: triunfó aquel que poseía las mejores armas o que sabía emplearlas con mayor habilidad. Con la adopción de las armas, la superioridad intelectual ya comienza a ocupar la plaza de la fuerza muscular bruta, pero el objetivo final de la lucha sigue siendo el mismo: por el daño que se le inflige o por la aniquilación de sus fuerzas, una de las partes contendientes ha de ser obligada a abandonar sus pretensiones o su oposición” (1)
Cero y van dos. El segundo documental sobre el proceso
de paz colombiano se estrenó un año después del “Oscuro animal” plebiscitario. Es inevitable comparar “ El silencio de los fusiles” con “El fin de la guerra”. Y será inevitable
comparar los tres cuando se estrene el de Margarita Martínez. Porque tienen el
mismo punto de partida. Tienen casi los mismos protagonistas. Lo paradójico es
que el primero es realizado por la
periodista Natalia Orozco pero se convierte en un documental de creación y el
segundo filmado por el cineasta inglés Marc Silver pero tiene más cara de
reportaje.
De hecho, el protagonista absoluto de “El fin de la guerra” es el reportero Jorge
Enrique Botero, uno de los comunicadores a quien en tiempos de la seguridad
democrática le clavaron la frase lapidaria: “se escuda en su condición de periodista para ser permisivo cómplice del
terrorismo”.
Botero es el eje narrativo por el que pasa el Proceso
de Paz. Tiene acceso a toda la gente involucrada: a los derechos y a los izquierdos,
a los extremos y a los menos extremos. Por lo tanto, vemos lo que ve Botero. Y
el director nos pone en el papel de reportería diaria: el espectador se
convierte en el periodista cotidiano que olfatea noticias desde que se
levanta hasta que se acuesta.
“Si la
disposición a la guerra es un producto del instinto de destrucción, lo más
fácil será apelar al antagonista de ese instinto: al Eros. Todo lo que
establezca vínculos afectivos entre los hombres debe actuar contra la guerra.
Estos vínculos pueden ser de dos clases. Primero, los lazos análogos a los que
nos ligan a los objetos del amor, aunque desprovistos de fines sexuales. El
psicoanálisis no precisa avergonzarse de hablar aquí de amor, pues la religión
dice también “ama al prójimo como a ti mismo”. Esto es fácil exigirlo, pero
difícil cumplirlo. La otra forma de vinculación afectiva es la que se realiza
por identificación. Cuando establece importantes elementos comunes entre los
hombres, despierta tales sentimientos de comunidad, identificaciones. Sobre
ellas se funda en gran parte la estructura de la sociedad humana.”(2)
Hay un plano que llama la atención: Juan Manuel Santos
presenta muy orgulloso la fecha de 23 de marzo de 2016 como el fin definitivo de
la guerra. Un anuncio trascendental después de 52 años de bala corrida. Al lado
derecho sonríe Germán Vargas Lleras y al lado izquierdo muy inmarcesible posa Mauricio
Lizcano. Un año después, ese plano adquiere un significado diferente. Los
otrora alfiles del proceso de Paz son ahora enemigos declarados del mismo.
Salieron del clóset hace apenas un mes, pero el documental nos recuerda que comieron del plato mientras les convino.
De allí,que a uno le queda el sabor amargo de todo lo
que tuvo que sortear el proceso: traiciones, posverdades, verdades a medias,
mentiras rampantes, puñaladas traperas… Al final , el sancocho nacional es tal
cual lo retrata Marc Silver: una tragedia Shakesperiana en el corazón del
trópico.
……………….
Las citas pertenecen a la carta de Freud a Einstein “Porqué
la guerra”?
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