Por:
Alberto Ramos Garbiras (*) y Ernesto Pino Londoño (**)
Desde
noviembre 13 de 1985, la palabra Armero se convirtió para los colombianos en
sinónimo de tragedia. Una rápida revisión a estos hechos nefastos de la
naturaleza, así lo demuestran: Terremoto de Tunjuelo (año 1644); Terremoto en
el Virreinato de Nueva Granada (año de 1785); El terremoto de Cúcuta (año
1875); El terremoto de Tumaco ( año de 1979); Terremoto de Popayán (año de
1983); La tragedia de Villatina (año de 1987); La sequía o “apagón de Gaviria”
(año de 1992); El terremoto de Armenia (año de 1999); La tragedia de Girón (año
de 2005); La tragedia de Belalcázar (año de 2008); La temporada invernal en
Colombia (años de 2010 y 2011); La tragedia de Salgar (año 2015); Tragedia de
Mocoa (2017).
La
tragedia de Armero: Ocurrió el 13 de noviembre de 1985, cuando aproximadamente
a las 11:30 pm, una avalancha del río Lagunilla, ocasionada por la erupción del
cráter Arenas del volcán Nevado del Ruiz, borró del mapa a la población de
Armero, y dejó un saldo aproximado de unos 25.000 muertos, 20.611 damnificados
y heridos, muchos de ellos mutilados y gravemente afectados psicológicamente, e
incalculables pérdidas económicas. Ha sido la tragedia de mayor magnitud en la
historia de Colombia.
La
temprana mañana de ese luctuoso día las noticias de los medios de comunicación
dejaron aterrado a todo el mundo: un aviador de Venadillo,Leopoldo,desde una
avioneta de fumigación, quien madrugó a realizar su oficio en los ricos prados
algodoneros y arroceros del Tolima, vio esa imagen terrible de la catástrofe
cuando sobrevoló el municipio de Armero y solo encontró un valle desolado por
el barro y algunas construcciones derruidas que en efecto probaban que allí en
ese sitio había existido hasta el día anterior una ciudad.
Es
tan alto el significado de la tragedia de Armero y especialmente las enseñanzas
que le deja a los colombianos de todas las edades, que cualquier argumento
cinematográfico serviría para contarla: aquí se utiliza uno muy usual, sobre el
cual gira la película hasta el final desastroso, como es el de una pareja joven
que no puede tener hijos y hace lo que puede para tenerlos. Una estilista y un
mecánico, que es también recolector de algodón y que sirven de muestra a la
sociología propia de las poblaciones pequeñas de Colombia, en donde se mezclan
la picardía, la amistad, los secretos, las premoniciones, la solidaridad y las
necesidades cotidianas de los parroquianos.
Lo
que realmente la hace importante es el mensaje nacional sobre varios hechos
relevantes de lo que representa una tragedia ocasionada por la naturaleza en
nuestra idiosincrasia colombiana y que se ven en la cinta y también de aquellas
circunstancias de la época que no aparecen. Si se fijan posteriormente, si
falla cualquiera de estos, es muy difícil dar manejo a los excesos peligrosos
de la naturaleza afectada antrópicamente por varios factores que la alteran,
llámense terremotos, avalanchas, inundaciones, sequias, derrumbes, vendavales,
tormentas eléctricas, incendios, explosiones, etc.
Los
políticos, incluidos el alcalde, senadores, representantes a la cámara, fueron
culpables todos por su negligencia criminal: Desde octubre de 1984 se había
advertido de una eventual erupción, cuando se presentaron fumarolas en el
volcán nevado del Ruiz, clara evidencia de lo que se gestaba. Fue una tragedia
anunciada, que sirvió para que la toma del Palacio de Justicia, ocurrida la
semana anterior, el 6 de noviembre, pasara a un segundo plano en las noticias.
En la película, los políticos de mayor jerarquía pronunciaron frases
destempladas y cínicas, cuando conversan todos ellos después de que el político
sensato presenta el informe de técnicos extranjeros quienes hicieron el
seguimiento a la evolución del volcán, durante 10 meses. Durante un año el
volcán se expresó, dio muestras, indicios y señales para haber logrado detectar
la erupción, la clase política con poder e incidencia en la zona, desde Bogotá,
negaron la evacuación por el cálculo mezquino de no arriesgar las inversiones
agrícolas ni el valor de las cosechas próximas.
Se
muestra la instalación de una estación sismológica y un grupo de expertos trata
de tomar precauciones y establecer alertas, pero con falta de continuidad y
seguimiento apropiado. Y elaboraron un mapa de riesgos, pero no tenían expertos
en conocimiento y reducción del riesgo. Desde 1845 no presentaba este
comportamiento el volcán Nevado del Ruiz. Colombia estaba lejos todavía de
poseer una legislación sobre riesgos y desastres. Había un vacío normativo por
lo tanto una ausencia de regulación del riesgo y por ende de previsión y
certeza científica para tomar decisiones.
En otros países desde antes de 1985 ya
funcionaba la relación desastres y derecho. En Colombia después del desastre de
Armero solo 3 años después se expide la Ley 46 de 1988 para atender eventos
similares, nacieron los CLOPAD y se aumentó el socorrismo , fortaleciéndose la
Defensa Civil, La Cruz Roja, los bomberos, los Boy Scouts; pero resultó ser una
legislación asistencialista y samaritana con ausencia de cientificidad para el
conocimiento del riesgo; la reducción y la previsión quedó anclada en la
atención de los desastres, hasta que en el año 2012, luego del desastre
diluvial del fenómeno climatológico “la niña” del 2010/ 2011 que inundó la
mitad del país se expidió la Ley 1523 que creó el sistema nacional de gestión
del riesgo y se fundó la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo y Desastres
UNGRD , con una capacidad económica para actuar inmediatamente y con la
estructuración de una planta de expertos y científicos que han atendido eficientemente desastres como el
de Salgar y el de Mocoa, han previsto y
evitado otros desastres por deterioros que se han controlado y reducido, pero
nos falta mucho. Este sistema de instituciones y de actuaciones debe vincularse
al Sistema nacional ambiental, aunque en algunas corporaciones autónomas aún no han entendido como se debe actuar
porque tampoco aplican las reglas de adecuación al cambio climático, así, sin
protección de los ecosistemas terrestres y
acuáticos, sin atender las instrucciones del SISCLIMA, las medidas
adoptadas por el Ministerio del Medio Ambiente, y las recomendaciones de la ONU
tomadas en el COP 21 de París, dan palos de ciego al no adoptar medidas serias
y complementarias con otras autoridades, falta de rigor científico y celos por
la rapiña contractual solo aplicable a sus departamentos pero sin priorizarla,
saltándose la adecuación necesaria al cambio climático .
El
género cinematográfico con el que se puede clasificar esta película es el de
catástrofe con un alto componente de cine ambiental, pero la realización se
desvía al género dramático/familiar. Christian Mantilla se apoya básicamente en
actores principiantes y actores naturales, y acude a unos pocos actores
profesionales como Alejandro Buenaventura, Humberto Arango, Mauricio Figueroa,
Nórida Rodríguez, para breves apariciones. Armero es una película de bajo
presupuesto, realizada con austeridad y decoro, pero no impacta y se pierden
recursos que se hubiesen podido utilizar como los archivos fílmicos, tomas de
la tragedia de corresponsales nacionales y extranjeros e imágenes de archivo de
los noticieros, pudiendo realizar una fusión entre el cine argumental y el
documental, que algunos directores de cine ejecutan para lograr más realismo.
Digamos que es una película de época, pero ello no quiere decir que narrada en
tiempo posterior o presente (bajo la investigación de la estudiante), no se
pueda hacer énfasis en lo que hoy significa la gestión del riesgo.
Esta
película tiene problemas en la narración, se diluye casi en la primera mitad
del metraje al detenerse demasiado mostrando el acercamiento, enamoramiento y
aspectos personales de la pareja protagonista(Omaira y Ramiro), y en los
aspectos que muestran los intentos, el esfuerzo de ella para poder quedar en
embarazo, se realizan escenas con una hechicera que la lleva a un acto
chapucero de purificación y a la prescripción de un “medicamento”, un brebaje
que la deteriora después; y escenas de Ramiro(Benjamín Herrera) como recolector
de algodón en jornadas agotadoras; la pareja quiere procrear pero el director
se extiende en esos detalles, eso está bien, pero se sale del tema central: el
desastre. El director trató de armar un eje narrativo para llevar el filme
desde la óptica de la pareja, pero se extendió y diluyó en los detalles
intimistas/familiares, perdiendo tiempo para avanzar en una película de
catástrofe que es un género serio y complejo como lo hemos visto en películas
de corte internacional, para citar unas pocas, Terremoto, infierno en la torre,
Un día después, Lo imposible, la luz del día, Armagedón, Impacto profundo, el
Núcleo, Terremoto: la falla de San Andrés, Volcano, Avalancha, y otras; en
todas hay una familia central, un drama sentimental por los allegados y un
rescate angustioso, en cambio, esta película colombiana se ralentiza o
lentifica la acción, quedando con muchos planos sin vigor.
La
ignorancia de la comunidad: Quizás es el peor factor negativo de la tragedia,
pero más bien como consecuencia y no como causa de la misma. La rutina y la
ignorancia de la gente de los pueblos les genera una confianza peligrosa, como
bien se muestra en las escenas del billar del pueblo y en la creencia de que el
volcán estaba muy retirado de Armero. No fue suficiente que en el día trágico,
cayera sobre Armero un manto descomunal de ceniza sobre las calles y todas las
construcciones e incluso sobre los sembradíos de algodón. Ni siquiera Petra, la
bruja del pueblo pudo vaticinar la desventura, pues como cosa rara la gente del
pueblo nunca hace consultas sobre las desgracias que puede ocasionar la
naturaleza, no hace parte de su lógica primaria de vida. El sacerdote inmerso
en su mundo religioso y con limitaciones cognitivas para entender los
contenidos de las ciencias naturales, sin conocimiento se apoya en su fé
teológica; pudiendo salvar muchas vidas hace todo lo contrario y tranquiliza a
los feligreses, pero él si huye hacia Ibagué.
Mensaje
final: Si usted amigo lector hace una simple y rápida reflexión con esta
educativa película, debería exigir en su territorio que exista un plan
municipal de gestión del riesgo y una estrategia de respuesta a las emergencias
como condición fundamental para que estas tragedias no ocurran, o de producirse
no tengan mayores consecuencias negativas. Véala en familia y difúndala con sus
vecinos. Seria además un buen ejemplo de cultura ciudadana como prevención de
los desastres en Colombia.
…………………………………………..
(*) Fue columnista de cine del periódico El
País durante 10 años; realizó estudios de historia del cine en Suecia y edición
cinematográfica en España), becado por FOCINE y el ICETEX-.
(**)
Economista, con especialización en marketing social . Presidente del CPE Centro
de Pensamiento Democracia y Postconflicto. Coautor de otros artículos de cine,
como “Todos tus muertos” , “el soborno del cielo”, “La mujer del animal”,
publicados en el semanario Caja de Herramientas.
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