Graduarse de quinto de primaria no tenía ningún glamur, como ahora. Se salía de la escuelita rumbo al bachillerato. Once años de edad, para llegar a un colegio más grande y más poblado. Con compañeros más viejos, en algunos casos. Los de mi generación estarán de acuerdo en que nos tocó, como compañero de curso, un google adelantado. Esto es: un estudiante viejo y grandote que se las sabía todas. Y las que no sabía se las inventaba. El de mi salón era Saldarriaga.
- - ¿A ver,
jóvenes- dijo el profesor Meléndez el primer día- alguien sabe que es Cien años
de soledad?
- - Siii,
claro es una cárcel de máxima seguridad- respondió, sobrador, Saldarriaga
-
No sea
bruto joven, estoy hablando de un libro
-
Fue una
cárcel, pero después la convirtieron en libro, como siempre
-
¿A ver
jóvenes- volvió a atacar el profe- alguien sabe quién es Gabriel García Márquez?
-
Lo
conozco, es un man todo bien. Yo vendí minutos con él.
-
¡No sea
bruto joven es un escritor!
-
Vendió
minutos y luego se superó, como debe ser.
El profe sacó un libro
gordo de 496 páginas. Ordenó leerlo y dio un plazo perentorio de 21 días para
presentar un ensayo.
¿Ensayo? ¿Qué era eso?
¿Leer? Que era eso? ¿Libro? ¿De qué me estás hablando?
Mi formación literaria
se limitaba a Lorenzo y Pepita, Don Abundio, Olafo el amargado, las radionovelas
de las 5 de la tarde, los titulares de El Caleño, las baladas de Nino Bravo y los
boleros de Manzanero.
II
En aquel tiempo no
existía el rincón del vago punto com donde tu pides el análisis de un
libro y de una te lo vomita.
- Está definido- gritó Saldarriaga parado en el pupitre-.
Y expuso
un plan simple: en la librería “El costeño” de la carrera 10, vendían el
análisis de cualquier novela. Y la hija de Jeremías se encargaría de
transcribir en su nueva máquina Brother eléctrica. (Jeremías era el vigilante
del colegio y se había jugado sus ahorros montándole a la hija un
emprendimiento de transcripción de textos. La empresa fue bautizada con el
pomposo nombre de “Pasando trabajos Ltda.”)
Saldarriaga hizo cuentas
con los dedos y dictaminó una cuota por cabeza. Listo el pollo.
III
Mi casa del barrio Colón
iba casi de lado a lado. Desde la entrada hasta el patio final se recorría las
baldosas rojas, como quien corre la media maratón. De manera que al abrir la
puerta escuché la voz de mi viejo:
-
En la
mesa del comedor hay un regalo
Que piensa un niño de
once años ante semejante papayazo?. ¿Qué fantasías lo asaltan mientras recorre
esos 12 metros? Un iPhone? ¿La camiseta autografiada de Messi? Afiliación de
por vida a Direct TV? ¿Una consola de décima generación XBox serie X?
En la mesa reposaba,
como no, el libro “Cien años de soledad”, la edición aquella , con una vieja
decrépita en la portada. Ese día, inició mi fetiche por el olor a papel nuevo.
Miré el libro con
desdén, decepcionado, lo confieso. Busqué a mi vecino Guido Camacho para que me
aconsejara que carajos se hacía con ese artefacto.
-
¿Usted
es güevón o qué? ¿Quién es la mejor hembra del barrio? Si, la misma, Marisela,
¿y dónde vive? Exacto, al lado de su casa. ¿Y que va a hacer usted, que es
enano? ¡Aja! Pone Cien años de soledad, encima de Crimen y castigo y encima de
El Quijote y le queda a tiro para admirarla en todo su esplendor, papito.
Después de darle muchas
vueltas al libro, de pensar en el monólogo de Guido, de tener ese olor a papel
en el aire, decidí iniciar la lectura. “Muchos años después, frente al pelotón
de fusilamiento…”
Leí sin parar hasta
aquel pasaje donde los habitantes de Macondo rompen la silletería de la sala de
cine porque un actor, que había muerto en la película anterior, aparecía vivo
en el estreno de hoy. Eran las 3 a.m.
IV
El colegio lucía normal
aquella mañana, pero mi aspecto era de total desgreño y trasnocho. Antes que
ser sometido a tortura por parte de Vito-Corleone-Saldarriaga, enfrenté los
hechos, confesando lo sucedido la noche anterior.
-
Está
definido- lanzó Saldarriaga su grito de guerra. Y convocó reunión urgente en la
cancha de futbol.
La gente se timbró, pues
eso quería decir que habría un muerto como mínimo. Yo, frente al pelotón de
fusilamiento, me defendí:
-
Si, me
leí una parte del libro, pero sigo adentro. Daré el dinero, tal como està pactado. Y les tengo dos noticias: en todos los capítulos bolean catre que da
miedo
-
¿Y qué
tal están las hembras? – interrumpió
Acosta
- Están buenísimas. Y lo segundo: que los personajes se la pasan diciendo groserías.
A Saldarriaga lo que más le indignaba, era que mi viejo me hubiese regalado un libro
-
¡Un
libro, pana, un libro! - gritaba- yo
pensé que tu papá te quería, hombre.
Esos dos descubrimientos
cambiaron para siempre mi percepción de la vida. Que los escritores tienen
licencia para que sus personajes se revuelquen a lo bien y que sean malhablados,
si así lo exige la personalidad del relato.
2 comentarios:
Muy bueno!
Je je je qué chévere!
Publicar un comentario