(Una añoranza sobre el maestro Fernando Botero)
Cesárea Ricard, entró ese año a tercero de bachillerato proveniente de un colegio chocoano. Negra bonachona, ella misma explicaba que el papá esperaba un hijo que se llamaría César, como el abuelo, pero al aparecer la niña en escena no dudó en clavarle el equivalente femenino. Lo paradójico del caso es que la trajo al mundo una partera ancestral.
Césarea era inmensamente gorda ( aún no se había
popularizado la expresión "sobrepeso"). Ella misma bromeaba con
desparpajo costeño : "Es más fácil
saltarme que darme la vuelta", " Para darme el feliz año , usted debe
iniciar el abrazo en Octubre", " A mi me tienen que comer por
partes" . Un curioso caso de auto-bullying: se adelantaba al que le iba a
joder la vida.
La profe de "Estética y manualidades" llevó un día la Revista "Cromos"
pues allí salían mapas y figuras para recortar y hacer todo tipo de collage. En portada lucía el
maestro Botero con sus pinturas como quien posa con los hijitos.
Le tocó a la profe hacer de tripas corazón y contar en
qué consistía el trabajo de Botero. Para la siguiente clase se preparó mejor y
mostró filminas.
De una, se le clavó la chapa a la gorda: Cesárea Botero.
Para seguir el juego, la dama se vistió de monja en Halloween y quedó listo el
paquete.
La profe explicó , indignada, que Botero no pintaba
gordas , que pintaba figuras planas , como si a sus personajes les hubiese
pasado una aplanadora por encima. Vistos de perfil , sus personajes serían del
grueso de una lámina de triplex.
Cesárea buscaba afanosamente el teléfono del pintor para
invitarlo al Chocó a ver si pintaba gente negra. O si la pintaba a ella.
Más tarde, en el museo Botero descubrí que el maestro si
pintó gente de piel oscurita y se me viene a la memoria el recuerdo de aquella
compañera de figura plana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario