Hace unos años, en un foro parroquial, un periodista
regional muy reputado dijo orgulloso, que era un honor ser invadido por el
mayor ejército del mundo. Hizo una apología a “aquellos rubios altos y bellos que patrullan sin descanso el orbe y que
cuidan la democracia, para que nosotros podamos dormir tranquilos”. (cito
de memoria pues aquella letanía sucedió hace mucho tiempo)
Si usted pertenece a esa estirpe, es decir, a quienes entran en orgasmo colectivo cuando los marines ingresan a un país a imponer la
democracia y los valores cristianos, es necesario que usted se acomode en un sillón
a ver la obra maestra de las series documentales: La Guerra de Vietnam dirigida por Ken Burns y Lynn Novick.
Diez capítulos, cada uno de 90 minutos en promedio, nos
cuentan paso a paso la tragedia de aquella península llamada originalmente Indochina
(que comprende el territorio de los actuales países de Camboya, Vietnam, Laos,
Birmania y Tailandia, así como Singapur y la parte continental de Malasia)
El documental nos ubica en Vietnam y nos va contando que
de allí sacaron corriendo a los japoneses, a los chinos, a los franceses y, por
último, a los gringos. El saldo de muerte es espantoso: 58.000 soldados gringos
y dos millones de vietnamitas.
Desde el apoyo de Eisenhower, pasando por un presidente
inteligente como Kennedy, luego el bien intencionado Johnson y finalmente, el
peor de todos, Richard Nixon. Todos atrapados en una guerra que, se sabía de
antemano, estaba perdida.
De nada sirvió el poderío aéreo, ni los 500.000 soldados
estadounidenses, ni el Napalm y otras sustancias químicas.
Pero lo brillante de la serie es su construcción. Vemos pasar, como en carrusel, testimonios de
combatientes de los tres bandos: USA, Viet Cong y el ejército títere de Vietnam
del sur. Incluso, algunos de los que sobrevivieron de milagro como la niña que
corre desnuda bañada en Napalm.
“Reniego
rotundamente de la opinión compartida por tantos colegas míos de que el cine es
enemigo de la palabra, y a lo largo de más de una veintena de producciones he
tratado de celebrar al máximo la palabra. Siempre espero que nuestra narración
sea una evocación convincente y en ocasiones poética del tema del documental.
La narración es refinada, mutilada, reemplazada, resucitada y, en resumen,
reelaborada una y otra vez de principio a fin. En casi todas nuestras películas,
complementamos la narración en tercera persona con un coro de voces en primera
persona, halladas en el curso de nuestra investigación y que representan las
gacetas, las cartas de amor, los diarios, las noticias de prensa o los
documentos militares que utilizamos. Esto permite que el pasado hable por sí
mismo de un modo documental, al tiempo que los testigos contribuyen con sus
comentarios mediante su presencia en la pantalla.” (1)
Burns es un mago del contrapunto. Va un Vietcong, va un
ex prisionero estadounidense, va un pacifista que quemó la cedula, va un títere
de Vietnam del sur, van las conversaciones telefónicas secretas de Johnson- Macnamara
o las de Nixon- Kissinger. El archivo al que recurre es impresionante. No en
vano al hecho de filmar una fotografía dotándola de cierto movimiento se le ha
llamado efecto Burns. No creo (y él tampoco) que se haya inventado el truco,
pero si es el realizador que más jugo le ha sacado.
Y, un punto aparte, se merece la banda sonora. Pasan por ahí,
en medio de las bombas, las mentiras y las masacres, las notas de Bob Dylan
, The animals, Jhonny Cash, Nina Simone, Janis Joplin , Rolling Stone y para el
remate no podía faltar The Beatles: he aquí los créditos finales:
La
guerra de Vietnam, nos muestra, desde múltiples puntos de vista,
las “maravillosas intenciones” de la política exterior estadounidense. No esperemos
que en Venezuela actúen distinto.
(1) la cita es de la entrevista a Ken
Burns pueden leerla en su totalidad en: https://losgrandesdirectoresaconsejan.blogspot.com/2019/02/entrevista-ken-burns.html
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