Nota
del bloguero: Alberto Ramos, nuestro habitual
colaborador, se lanza ahora en un análisis al
alimón. Advertimos que el texto contiene spoilers
Por: Alberto Ramos Garbiras (*) y Ernesto Pino Londoño
(**)
La historia gira
a partir del año 1975 y se extiende durante 7 años, en Medellín y uno de sus
barrios marginales (gran parte de la filmación se realizó en la zona de
Jerusalén, en la frontera con el municipio de Bello); los hechos violentos
hacen parte de conductas desclasadas, en medio de un submundo de personas
excluidas, sin escolaridad y sometidos al atraso. La violencia delincuencial
del personaje y su pandilla es anterior
al auge del narcotráfico que acarreó otras formas de violencia y otra ferocidad
en las comunas de los cerros; la violencia de los años 70s conllevaba a los
asaltos callejeros, al carterismo, al
abigeato, al hurto común, a la violencia urbana rutinaria con múltiples formas
de acción para subsistir una pandilla de maleantes.
La película es argumental y con puestas en escena, pero
semeja a ratos un documental; se trata de cine sobre la realidad, basado en una
historia verdadera. Una película brutal sobre una realidad descarnada; avanza
la narración a punta de madrazos y con situaciones sórdidas. Un drama
psicológico lleno de maltratos y vejámenes contra la víctima principal y las
víctimas aleatorias por la práctica del actor principal, de raptar jovencitas,
poseerlas, dominarlas o desecharlas. La escena del rapto y violación grupal
durante la fiesta de cumpleaños con otra víctima, ultrajado a todos los
asistentes, es la más cruel y diciente de ese modus operandi.
Es una película enmarcada por dos ciencias sociales, la
sociología y la psicología. Sin ser una radiografía familiar ni un retrato
psicológico, logra las dos cosas porque la familia de Libardo Ramírez(El
Animal), aunque lo cuestionan y critican, le admiten todo, lo toleran y
protegen; y ése grupo familiar con cada uno de los integrantes es diseccionado
en la película permitiendo al espectador adentrarse en las costumbres y forma
de pensar de ellos; también la película al mismo tiempo describe toda una
comunidad barrial en medio de una geografía de pendientes, casas de invasión de
desarrollo incompleto, calles polvorientas, vericuetos, forma de vida, hábitos,
lenguaje procaz, vecinos que van
repoblando el sitio como migrantes unos y otros como desplazados de varias
violencias, y el vestuario de sus habitantes: todo ello conforma una
subcultura. Los escenarios registran un ambiente de total marginalidad.
Víctor Gaviria trabaja con actores naturales, no
necesariamente del mismo entorno y de la misma condición que los protagonistas,
pero si de origen popular, escogidos los actores principales y secundarios de
estratos similares y sin experiencia, pero con dotes innatas para
desenvolverse, seleccionados de un casting o pruebas de actuación, este ha sido
el procedimiento para las películas “Rodrigo D, No futuro”, “La Vendedora de
rosas”, “Sumas y restas”. Así seleccionó a Natalia Polo (Amparo) y a Tito
Alexander Gómez (Libardo), y sin ser una película coral, introduce un gran
número de figurantes.
El director Víctor Gaviria describe a través de la
película " La mujer del Animal", a una mujer bajo el dominio absoluto
de un hombre montaraz, bárbaro, inculto, de conductas desviadas, agresivo y
extremadamente machista. Es la historia de un secuestro con todos los ribetes
de violencia y ensañamiento ante la debilidad de la víctima, aprovechándose el
delincuente del miedo de ella y de la comunidad que, ni ayuda ni denuncia,
utilizando las amenazas y respaldado por un grupo de matones que se asocian
para delinquir en gavilla. Un secuestro donde no aparecen las autoridades, no
hay investigación policial. Prácticamente un secuestro público a diferencia de
tantas películas sobre secuestros de mujeres donde el secuestrador las oculta
para usarlas como esclavas sexuales y saciar su animalidad, pudiendo burlar a
las autoridades. Aquí no, el secuestro
que se inicia con rapto y violación es conocido por familiares y
habitantes del sector.
Hay unos
pequeños errores de continuidad en varias escenas. Una falta de marcar la
transición de un tiempo a otro, sin
elipsis indicativas. Como el embarazo de
ella que no se ve y súbitamente se produce el parto. Y otros momentos de la
vida de la protagonista en el decurso de los 7 años. Cuando se termina de ver
este largometraje del cineasta colombiano Víctor Gaviria, uno descansa con una
pequeña sonrisa en los labios, que simplemente significa que esta ficción de
cine, anclada en la realidad, ha hecho justicia con su final y el protagonista,
El Animal, tuvo su merecido : la total impunidad conlleva a esa reacción.
Este sentimiento de simple espectador es compartido con
varios comentarios que se han escuchado en las últimas semanas en que se ha
proyectado la película y que de manera acertada han considerado que esta
filmación es “dolorosa”, “denunciante” y
“vertiginosa”. Si sumamos los tres factores, diríamos que es una buena película y que por razones de nuestra
sociología colombiana tan desconcertante, trágica y confusa, todos deberíamos
ver, para aprender aspectos crueles y desobligantes de la cultura sobre la mujer
que afecta todavía a un sector grande de los migrantes que a diario llegan a
las grandes ciudades y que se instalan en ellas sin ningún atenuante, sin
ninguna guía: como si fueran una carga tirada desde un avión y un “defiéndasen como puedan”.
Es la historia de los migrantes que hicieron la
transición campo-ciudad a la fuerza, tras la expulsión liberal-conservadora en
la primera violencia de finales de los años cuarenta, extendiéndose en los
cincuenta y sesenta del siglo 20, que le quitó a los campesinos desterrados :
la tierra, el pan y los hijos.Y los dejó huérfanos de alma y vida para siempre.
Con esas raíces llegó El Animal a Medellín en la década
del 70 del siglo pasado, con una carga de dolor y resentimiento que fue la
hoguera principal de su comportamiento criminal: a sus padres los asesinaron en
la violencia liberal-conservadora en el municipio antioqueño de Argelia. Es el
antecedente principal de una historia cierta.
El Animal busca refugio y guarida en una de las comunas
de Medellín que en esa época apenas se consolidaba e inicia una vida
delincuencial y que para efectos de la historia de la película, engaña, seduce,
secuestra, viola, somete y se apodera en cuerpo y alma de una niña de igual
procedencia, Amparo. A El Animal, todos temen y a pesar de la
"solidaridad" de los vecinos en medio de su pobreza, el miedo le gana
a la justicia; y la devoción cristiana de la población no se rebela: así se
desenvuelve el filme hasta su final.
Porque durante
la proyección el espectador está sometido a una suma de vejámenes de El Animal
a su presa, a quien llama abusivamente su mujer (Amparo): Como puede el ser
humano soportar tanta ignominia?, hasta el punto que en un momento Amparo
escribe o mejor garrapatea una frase angustiante en un cuaderno sacado de un
basurero, dirigida a Dios: “Señor, que estoy haciendo, que estoy pagando”.
Dentro del rebusque económico de la gente, incluye en
crecimiento, la presencia de bandas delincuenciales de poca monta. Porque el
sentimiento del miedo paraliza. Incluso los familiares de El Animal lo
reconocen: “Todos le tenemos miedo”. Significativo también en la escena del bar
La Sirena, donde sus compinches se rinden a sus caprichos. Hasta su madre le
teme y lo justifica y le devuelve la culpa a Amparo: “que le estas dando a mi
hijo, que lo tenes como enyerbao”, para tapar la ignominia de su hijo.
La gente
"asegurada" en sus cambuches
solo puede mirar por las hendijas de latas y tablas de madera, un futuro negro
y sin esperanza: no son pobres, son miserables enfrentados al hambre y la
promiscuidad. La película resalta costumbres de la subcultura, como la utilización de brebajes malignos del
que fue víctima Amparo para entregársela a El Animal. y otras prácticas o
comportamientos. Hasta la música que recrea y disipa está en contra de la
población con los mensajes decadentes de la música de carrilera que expresa
machismo y desolación: música que disculpa los desafueros de El Animal.
Este trabajo cinematográfico
a su vez denuncia, nos muestra a los
habitantes urbanos de la gran ciudad, la
vida de los migrantes y desplazados en situación excluyente, dolorosa y
cruelmente pobre: la película registra magistralmente tomas panorámicas, macrovistas de Medellín con toda su fortaleza
urbana y luego los contrasta con todas las debilidades de las comunas, caminos
de herradura, tugurios sin servicios y una población sin esperanzas y sin
trabajo. Solo por esa razón la película es una experiencia que se debe mirar en
las salas de cine, para que historias increíblemente brutales como esta, no se
repitan Pero se siguen dando, aunado a ello la situación de vulnerabilidad
porque ocupan zonas sin presencia estatal y de riesgo , expuestos a los
desastres como el que se acaba de presentar en Mocoa.
La película es vertiginosa porque desde que se inicia
mantiene la tensión y la atención del espectador y solo se espera que llegue el
final y El Animal pague sus crímenes. Esta población sometida por el miedo a un
desadaptado criminal, celebran con alegría, con tapas de ollas y con voladores,
la muerte de El Animal. Es una celebración a la manera de justicia popular ya
que la justicia en la ciudad no funciona. Es el único momento en toda la
proyección, que Amparo descansa, le agradece a Dios como si hubiese llenado sus
pulmones de aire nuevo para expulsar toda su amargura y agradada con la muerte de su victimario va
acercándose al cuerpo sin vida de El Animal, se agacha, le susurra al oído :
“Gracias Señor, por haberme escuchado”.
………………………………
(*) Fue
columnista de cine del periódico El País durante 10 años; realizó estudios de
historia del cine en Suecia (1982) y edición cinematográfica en España (1983),
becado por FOCINE y el ICETEX-.
(**)Economista,
con especialización en marketing social . Miembro del CPE Centro de Pensamiento
Democracia y Postconflicto. Coautor de otros artículos de cine, como “Todos tus
muertos” y “el soborno del cielo”.
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