Cuando Pablo Neruda recibió el Premio Nobel de
Literatura pronunció un bello discurso donde cuenta pormenores de su fuga clandestina:
“Tanto y tanto
nos alejamos los chilenos hasta tocar con nuestros límites el Polo Sur, que nos
parecemos a la geografía de Suecia, que roza con su cabeza el norte nevado del
planeta.
Por
allí, por aquellas extensiones de mi patria adonde me condujeron
acontecimientos ya olvidados en sí mismos, hay que atravesar, tuve que
atravesar los Andes buscando la frontera de mi país con Argentina. No había
huellas, no existían senderos y con mis cuatro compañeros a caballo buscábamos
en ondulante cabalgata -eliminando los obstáculos de poderosos árboles,
imposibles ríos, roqueríos inmensos, desoladas nieves, adivinando más bien el
derrotero de mi propia libertad.” (1)
Es, precisamente, esa fuga, la secuencia más preciosa
de la película de Pablo Larraín. El director traduce en imágenes el discurso Nobel
de Neruda. Como si el poeta llevara el Iphone 7 en aquella fuga mítica, donde
se jugaba la vida pues los sabuesos del poder le pisaban los talones.
Es el artista enfrentado la burocracia. Es la poesía ubicada
al lado de las víctimas. Es el poema número 20 convertido en un manifiesto
subversivo.
A los Nerudianos históricos, probablemente les moleste
que Larraìn se haya atrevido a realizar una “antibiografia”. Dice el director
al respecto:
“Puedo decirte en
este preciso instante que no tengo idea de quién era porque Neruda es inasible;
es imposible encasillarlo. Puedes hacer 100 películas y nunca podrías lograrlo.
Y cuando uno entiende eso gana una enorme libertad. Por eso decimos que esta es
una película “nerudiana” porque para nosotros, en mi país y en mi idioma,
Neruda fue un hombre que creó un microcosmos de una complejidad extrema y
profunda” (2)
El Neruda de Larrain, no es un biopic. Retrata un
momento en la vida de un poeta que ejerce la política y de un político que
escribe poesía. Y la escribe a toda
hora: en los burdeles, mientras se emborracha, mientras lo persiguen, mientras atraviesa
los Andes congelados. El mayor acierto de Larraín es la paleta de colores. Un
delicioso ejercicio de cine negro para contarnos el espíritu de un hombre que
le cantó al amor y al pueblo raso. Y una banda sonora que te deja, literalmente,
frío, cuando nuestro héroe cruza la frontera de Chile con Argentina. A 20
grados bajo cero.
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