Pero el asunto va mas allá. No es una pelicula como “El
concierto” de Radu Mihăileanu . es decir, no es la película donde nos
saboreamos la música. No es una película para ver con los ojos cerrados como
las de Gérard Corbiau, director melómano nato.
Tár , tiene tantos matices, tantos laberintos que uno no
se imagina a otra actriz interpretándola. Esa delgadez extrema, la palidez de
alguien que es tán obsesiva del trabajo que nunca la imaginamos en una playa.
Tár , respira música pero yo la veo como una película sobre el poder. Y quizás es
por ello que ha molestado a un sector del feminismo y también a la directora
Marín Alsop (la primera mujer en dirigir como titular la Sinfónica de Baltimore
y la Orquesta Sinfónica de la Radio de Viena). Alsop confiesa que la película
la agredió “ como mujer, como directora y como lesbiana”
Cat Blanchett da en el clavo cuando le responde: "Es
una meditación sobre el poder, y el poder no tiene género". Cate nos
devela la verdadera intención del guion. No es una película feminista a
ultranza, tan en boga por estos días. La película es más ambiciosa que eso: nos
muestra el poder abrumador de un ser solitario. Su ascenso y caída. Y el acecho
de las redes sociales. En un minuto las redes sociales te acaban la vida.
De antología: El plano secuencia de 10 minutos donde Tár
explica a su alumno la diferencia entre el artista y su vida personal: “¿Puede
la música clásica, compuesta por un montón de blancos religiosos y austroalemanes,
exaltarnos individual y colectivamente?
¿Y quién decide eso? ¿Qué tal Beethoven? ¿Les gusta?
Porque para mí, una lesbiana intensa, el viejo Ludwig no
me simpatiza tanto. Pero entonces lo confronto. Y me encuentro de frente con la
magnitud de su obra y su inevitabilidad”.
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