Rey 1: No sé por qué se habla del segundo largometraje de Laura
Mora cuando es, en realidad, el tercero. Su ópera prima se llama “Antes del
fuego” y es un thriller político que no quiere dar catedra sobre el Palacio de
justicia. Se trata justo de lo que sucede antes de las 27 horas de terror.
Rey 2: Su segundo largo
fue “Matar a Jesús”. Otro thriller. Esta vez amargo, íntimo y doloroso. ¿Es
posible conocer al asesino que disparó contra mi padre? ¿Y qué le digo? ¿Qué le
hago?
Rey 3: Es inevitable ver
“Los reyes del mundo” sin pensar en “Retratos en un mar de mentiras” (Carlos
Gaviria. 2010) Porque ambas parten de la misma premisa, ambas son road movie (en la primera viajan en
burra, en la segunda viajan en Renault 4) y ambas buscan la tierra prometida, el
eterno retorno. También es inevitable pensar en el legado de Víctor Gaviria en
sus cuatro largometrajes. Y, como la memoria del cinéfilo es larga, se evoca “Los
Olvidados” de Luis Buñuel , “El Tesoro de la sierra madre” de John Huston y la
lista sigue.
Rey 4: Paréntesis para hablar de mi amigo Antonio que se compró un terreno en el bajo Calima. Lo más parecido al paraíso que he conocido. Allí fuimos felices. Cascadas de 30 metros de caída. Pero un día llegaron los paramilitares y muy amablemente le pidieron que se fuera porque necesitaban el terreno para cultivar amapola. Antonio y su familia se refugiaron en Canadá. Pero el hombre es obstinado y valiéndose de las herramientas jurídicas, fruto del acuerdo de paz del gobierno Santos, peleó la restitución del predio y lo logró. Se lo restituyeron, pero… ¿quién se atreve a ir a reclamar? Tendría que contar con un ejército de mercenarios. La cosa quedó en un triunfo de papel y nada más.
Rey 5: Y cinco son los
chicos que no tienen nada que perder y arrancan a pedalear y a caminar unos 400
kilómetros. Lo bueno de “Los reyes del mundo” es que es estrenada en un momento
de ebullición. Aunque haya sido planeada y filmada cuando aún estaba lejos la aplicación
de los acuerdos de Paz. Fue filmada justo en un momento que los acuerdos se
encontraban en la trituradora. Y quizás por eso, se puede hoy ver como
pesimista. Y hasta en eso se parece a “Retratos
en un mar de mentiras”. Pero la novedad es el simbolismo. Tiene unas secuencias
potentes: los chicos destructores que van fusilando las bombillas del alumbrado
público hasta quedar a oscuras. Los chicos encontrando refugio en un puteadero
olvidado de Dios y las putas bailando, arrullándolos en un abrazo más maternal
que lujurioso, que ni Fellini. Un caballo blanco que se les aparece a cada rato
y me da la sensación que simboliza el amor más puro que existe: el amor de las
abuelas.
Los dejo con un tema
de la película, que aún retumba en mi cabeza:
“Porque me llevan a las tierras / Donde al fin podré de
nuevo / Respirar adentro y hondo / Alegrías del corazón / Y no me digas ¡pobre!
/ Por ir viajando así / ¿No ves que estoy contento? / ¿No ves que voy feliz?”
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