Nota del bloguero:
Nuestro amigo Alberto Ramos, quien bate récords apreciando cine colombiano, nos
envía esta crítica. Advertimos que contiene spoilers.
Por:
Alberto Ramos Garbiras (*)
Una
película producida en parte por la Universidad Autónoma de Occidente y un grupo
de cineastas esforzados como Gerylee Polanco Uribe, Óscar Ruiz Navia, Paulo de
Carvalho ,coproducción entre Contravía Films, Bárbara Films, y Autentika Films de Alemania, y los mismos
realizadores Lozano y Osorio. Una buena alianza o holding de producción. Es
significativo para el cine colombiano hecho por vallecaucanos que una
universidad de la región incursione en la producción, sobre todo porque allí se
están formando comunicadores y cineastas digitales que seguramente aportaran
obras de valor al cine futuro, para resaltar más los aportes de vallecaucanos en el cine colombiano, hasta
ahora no reseñados con precisión, pero existentes saltuariamente, y con un
trabajo serio, como lo vamos a demostrar en un proyecto editorial del que
participan Umberto Valverde, José Urbano y otros.
Siembra
es una película sobre el desplazamiento y el desarraigo como consecuencia de
esa violencia que sufren los campesinos y otros sectores sociales al ser
arrojados y arrancados de la tierra para buscar refugio en las ciudades donde
no saben defenderse y quedan expuestos por su
indefensión a la discriminación y al maltrato. El film nos muestra una
familia desplazada que habita en el asentamiento Brisas del Bosque y su
relación con el barrio Mojica de Cali.
Hay que destacar la nutrida banda sonora, no solo por los canticos del
pacífico, también la música en los bares y la música callejera que acompaña las
incursiones de Yosner con el baile callejero krump y la música rap.
Diego
Balanta como actor natural desempeña bien el papel de un afrodescendiente
desplazado, pero no existe una contextualización completa que lo muestre en
relación con los otros desplazados del sector, sin interacción con los demás en
la búsqueda de soluciones. El guion no tiene secuencias que lo muestren
con otros habitantes del entorno
habitacional. Ese aislamiento al que reducen al protagonista hace perder la
descripción del problema diluyéndose en
el duelo familiar. La vida de los desplazados y sus angustias no queda
estampada en la película sino de manera fragmentaria. El desplazamiento hacia
Cali lo redujo a una casa rústica de madera, guadua bahareque y zinc: en un
asentamiento subnormal. Desde lo individual se muestra el modo de vida al que
queda confinado pero el problema del desplazamiento, el más grave de la
sociedad colombiana por la vulneración múltiple de derechos humanos sobre las
víctimas, no está tratado en la película para desglosar y resaltar el fenómeno. Por la vía
comparativa, la película ganadora del Oscar a mejor film extranjero, El Hijo de Saúl, ubica al protagonista en un campo de concentración o
de exterminio Nazi, y plano tras plano va mostrando la actividad infernal en
ese campo de exterminio. En Siembra
se desaprovecha la zona poblacional de Mojica y los desplazados para resaltar
el modus vivendi.
Los
directores Santiago Lozano y Ángela Osorio esbozan la angustia económica de El Turco a través de las llamadas
telefónicas, los lamentos y el intento
de recuperación de un predio perdido, pero queda en el aire el conocimiento de
su raíz económica y cultural. Con otro ejemplo comparativo miremos al protagonista de la película “13 minutos para matar a Hitler” del
director Oliver Hirschbiegel, él ubica al carpintero Elser(Christian
Friedel),desde el comienzo en la acción, noviembre de 1939, para perfeccionar
el atentado con dinamita en la cervecería y por una mala coincidencia es
retenido y capturado. La película no se reduce al interrogatorio, las torturas,
y la investigación militar. Cada escena
durante el interrogatorio está acompañada de flashback para ilustrarle al
espectador la vida de Georg Elser. Y así discurre la película, a la vez con
esos recuerdos se muestra el crecimiento del nacionalsocialismo y el ascenso de
Hitler domeñando la población antes de iniciar la guerra. En Siembra faltó al menos un flashback que
ubicara al Turco en su tierra plantada de cocos, como pescador mostrando la
vida que llevaba, la que añora desde su nuevo hábitat como desplazado. Esa
ilustración no hubiera elevado los costos de producción en mayor proporción; no
colocan al protagonista en tiempo pasado para mostrarlo en su predio, por esta
razón la película lo descontextualiza al no ubicarlo en su entorno antes de ser
desplazado y al aislarlo por el duelo ante la muerte de su hijo Yosner (José
Luis Preciado) duelo que, recorre casi todo el metraje. La película se proyecta
toda en tiempo presente por ello quedó muy plana y lineal.
El
asesinato de su hijo Yosner lo lleva al duelo que le quita aún más tiempo y
energías y los directores nos muestran el rito afrodescendiente del velorio.
La iglesia cobra demasiado para poder ejercer su catolicidad a plenitud:
$500.000, solo, o $400.000 con otro, y $300.000 con misa pero triple entierro,
perdiendo la privacidad. El acierto del guion está aquí: El Turco decide construir el ataúd, renuncia a la misa católica por
falta de recursos, deja el cadáver mientras deambula por la ciudad
impertérrito, desconsolado; y con los vecinos elabora una ceremonia informal,
ritual y afín a su cultura afro. Esas
escenas del velorio y el entierro si están marcadas por la valoración que hacen
del personaje que en medio del dolor es recursivo para realizar el entierro,
con cánticos y música del pacífico, aprovechando al actor de Timbiquí y su
participación reiterada en los festivales del Petronio Álvarez.
Otras
dos películas recientes tratan con detenimiento el duelo por la pérdida de un
hijo, la cultura religiosa al que pertenecen y las trabas para realizar el rito
en medio del duelo. El soborno del cielo
de Lisandro Duque y El hijo de Saúl
del húngaro Lászlo Nemes. Reitero, es un acierto de la película Siembra haber
abordado esta temática porque la gente sea de la cultura diversa de donde
provenga tiene unas convicciones religiosas que están ligadas a la formación,
la moral y al derecho natural sobre lo que debe ser lo justo. Y el rito
apropiado hace parte del duelo. En El
soborno del cielo el director descodifica las imposiciones de la iglesia que,
se equivoca y choca con los sentimientos de los dolientes. Un cura dogmático
que no deja tranquilo al cadáver ordenando su traslado por el suicidio
pecaminoso. En El Hijo de Saúl el
drama es mayor, un padre húngaro de origen judío, Saúl Auslander (Geza Rohrig),
esclavizado por el tercer Reich a la manera de “colaboracionista “en el campo
de concentración de Auschwitz, ve como su hijo también será cremado, entonces
emprende una intensa actividad y doloroso trasegar con el cadáver para que un
rabino realice la sepultura con las oraciones del judaísmo, su religión.
El
film se rodó en blanco y negro como El
abrazo de la serpiente, renunciando el color se perdió la luminosidad de
Cali, imágenes y registró que pudo haber sido mayor para mostrarnos con planos
grabados en exteriores unas zonas y calles de la urbe que otras películas no
habían captado. Otra falencia de la película se observa en la edición con
muchos primeros planos innecesarios. Y con planos muy largos sin cortar a
tiempo, tan largos que no le aportan nada a la narración. La dinámica del
montaje o edición exige cortar en el momento oportuno y empalmar el otro plano
que dé continuidad. Estos son los pro y los contra en la opera prima de estos
dos directores adscritos a la Universidad Autónoma de occidente.
………
(*)
Politólogo de la Universidad Javeriana;
se desempeñó como crítico de cine del periódico El País durante 10 años; autor
del libro Textos de cine; Codirector de la Revista de Cine Trailer; realizó
estudios de historia del cine en Suecia y edición en España, becado por FOCINE
No hay comentarios:
Publicar un comentario