A la premier de “¡Que viva la música!” llegaron todos: los
caicedianos originales (que se fumaron un porro con Andrés y leyeron el
borrador de la novela), los post –caicedianos (que lo descubrimos gracias a las
ediciones pirata de calidad) y los Neo-caicedianos (que se encuentran ahora
mismo terminando el bachillerato y lo descubrieron googleando )
Nunca hubo, frente a una
cinta colombiana, tanta prevención y tanto prejuicio. “Es increíble que se haga una película basada en Andrés Caicedo y no
suene Paint it black”- dijo uno de los originales. “Yo no concibo que la historia se
haya ubicado por fuera de la década del 70”- agregó un Post. “Y con música electrónica” – remató un Neo.
Así, muchos asistieron dispuestos a comer prójimo. De hecho, en la
fila, se citaban las declaraciones de Rosario Caicedo (hermana del escritor) calificando
la película como “un collage fragmentado
e incoherente cuya base reúne las fórmulas infalibles: sexo de todo tipo,
drogas y violencia”. Fuerte,
fuerte, hacha y machete
Lluvia con Nieve
Me acuerdo ahora mismo de
aquella famosísima respuesta de Alfred Hitchcock cuando lo fusilaban con la
eterna pregunta de cine v.s literatura:
Había una vez dos perros (el gordo la cuenta con cabras,
he aquí mi adaptación caleña) que se
quedaron atrapados en un teatro. Todo cerrado, hasta la caneca de basura estaba
limpia. ¿Qué hacemos? – se preguntaron muertos del hambre. Subieron a la sala
de proyección y, no habiendo más, se abalanzaron sobre los rollos de la
película que exhibían por esos días. Al terminar popochos de devorar la cinta,
un perro le pregunta al otro: Qué te pareció? Y el otro le contesta: me gustó
más la novela
En torno a “¡Que viva la música!” esa discusión es inevitable porque estamos hablando de una novela de culto. Conozco
gente que se la sabe de memoria. En mis tiempos caicedianos jugábamos a recitar
aquel pasaje donde el autor nombra sinónimos de marihuana todos empezados por
la letra B. O el pasatiempo de ir caminando por la calle haciendo casting a ver
cuál rubia podía ser María del Carmen Huerta.
Siguiendo con Hitchcock , el
gordo le confiesa a Truffaut que la
novela perfecta es “Crimen y Castigo”
pero que nunca la adaptará, precisamente, porque siendo perfecta no tiene nada
que agregarle. Se inclinaba, mejor, por libros menores que albergaran algunas
ideas brillantes, en obra negra, que él pudiera pulir.
“¡Que viva la música!” es una novela escrita a las carreras, sin
muchos retoques. Esa es su mayor debilidad pero, paradójicamente, su mayor
fortaleza. Constituye el sueño de la escritura automática: desde el
inconsciente pasa directo al papel bond. Pocas veces se lee un libro para
jovencitos escrito por un jovencito. De ahí el vértigo al leerlo, de ahí el
mito, de ahí el personaje paradigmático de María del Carmen.
Te invito a echar un pie
La novela refleja ese
espíritu sesentero de la época: Cali era un pueblo grande que apenas soñaba con
ser metrópoli, una ciudad simple que se dividía entre los ricachones del
nortecito y el populacho del sur. La salsa intentaba ganarse un
espacio entre el proletariado y en un colegio play como el Liceo Benalcázar era impensable que sonara acetato
alguno de Richie Ray. Triste es mi canto, sabor a llanto y a soledad.
Por eso la prevención, ante
la ausencia de Mick Jagger, no era infundada. Tampoco el hecho de que la
historia hubiese sido trasladada al 2013 en un contexto distinto, más complejo.
En el postmodernismo digital los géneros coexisten con una tolerancia
asombrosa, al punto que hoy puedes asistir a una rumba que toque desde Judas
Priest hasta el Charrito Negro. Y el DJ ni se despeina. Cómo justificar hoy que
la Rubia salga huyendo de sus amigos burgueses y, de repente, descubra la
potente voz de Bobby Cruz cantando Amparo Arrebato? No se supone que este tema
es un clásico que se escucha hasta en los colegios play?
Leer
segunda parte picando
aquí
( Mientras
tanto disfrute a Ray Pérez Y Mon Rivera, banda
sonora de la película)
2 comentarios:
Muy bueno Jose.
Gran ensayo! Quedé con más ganas de ver la película
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