(Notas sobre la película, “Tantas Almas”, del
Director Nicolás Rincón Gille.)
Por : Marino Canizales P.
Abogado. Magister en Filosofía Política.
La muerte es un hecho cierto cuya inminencia nos acompaña como el día a la noche. Nos acecha en todo lo que hacemos o dejamos de hacer. Al final se hace presente, ratificando una vez más que somos frágiles y finitos. Lo que sigue después de la caída, es el duelo : la elaboración simbólica del dolor que nos produce la ausencia de un ser amado o admirado. Quienes le sobreviven, retienen su presencia en el universo de los imaginarios, pues, ahora, su lugar está en la memoria. En esta somos resignificados a partir de lo que hemos hecho y de lo que hemos sido, como seres cotidianos o como figuras notables. La condición humana tocó a su fin. Además, el duelo como ritual y acto de memoria es, a su vez, un proceso de humanización tanto del que parte como de los que se quedan. Es la constatación dolorosa pero necesaria de que somos seres sociales.
Sin embargo, existe una muerte que no tiene ropaje cierto : la del desaparecido como víctima de una fuerza criminal, estatal y privada, colectiva o individual. Al desaparecido en forma violenta le está negada toda dignidad : “su no estar” es ambiguo, ya que ha sido instalado en la simbología de la muerte pero, igual, sigue instalado en el mundo de los vivos. No está y es esperado con angustia. La duda sobre su existencia lo devora todo. El cuerpo de la víctima no tiene lugar ni territorio y su identidad se desvanece en la incertidumbre de sus dolientes. En suma, es la negación del duelo como cierre de una existencia vital, desde el punto de vista moral. La desaparición forzada niega en forma brutal esa posibilidad moral. Por eso, quien asesina para desaparecer, sabe del valor político y moral del derecho de duelo : practica la desaparición forzada para intimidar y degradar, en un acto de pedagogía siniestra, a los familiares, dolientes, amigos y compañeros. Se elimina del tejido social al adversario considerado como enemigo, y se asesina moralmente a quienes le sobreviven. De ahí su carácter de crimen de lesa humanidad, el cual, además, no está amparado por la prescripción.
La película del Director colombo-Belga, Nicolás
Rincón Gille, “Tantas Almas”, nominada para participar en la edición de los
premios Goya 2022, desde el ámbito de la ficción, aproxima un tratamiento
artístico a la gran cuestión del Duelo, utilizando actores naturales, y
teniendo como referente a Simití, un pueblo del Sur de Bolívar bordeado por un
río, cualquier Rio. Sólo que esta vez estamos ante un relato visual que nos
muestra la negación del duelo como acto de poder : “No sabes que está prohibido
sacar los cuerpos del río. Quieres que
te vuelvan picadillo?”, le grita uno de los pescadores a José, mientras éste
continúa con la mirada clavada en las aguas de ese cementerio impersonal que
fluye, erizado de empalizadas y surcado por pájaros que revolotean. Lleva
varios días buscando a sus dos hijos, Rafael y Dionisio, asesinados por
paramilitares y lanzados a esas lodosas aguas, junto con los cuerpos de otros
ribereños. Los busca afanosamente, con dolor pero sin ánimo de venganza, en los
recodos y meandros de ese Río que conoce como pescador. No ve en él la vida que
prodiga en las faenas diarias, sino la muerte que arrastra en sus profundas
aguas. Nada, requisa, se zambulle, interroga las empalizadas que lo atraviesan,
vuelve a zambullirse intentando quitarle al río lo que éste le niega por
decisión de unos asesinos que dominan sus dos riberas. En esa búsqueda afanosa
e incierta se revela lo peor y también
lo mejor de la condición humana.
Aunque la película “Tantas Almas” esta filmada en Simití, y el Magdalena es el río que atraviesa el Departamento de Bolívar, el río que nos interpela como espectadores es una metáfora : es cualquier Río como ficción, trátese del Río Congo del “Corazón en las tinieblas” de J. Conrad, o aquel siniestro Río de “Apocalypse Now”, o cualquier otro Río de Colombia : el Cauca, el Meta, el Guaviare, el Caquetá o el Catatumbo……La historia de José y su hija Carmen, de sus dos hijos, Rafael y Dionisio, de Alfredo, “el peinado”, su compadre, o de José, el espantado paramilitar que huye despavorido de las fauces de sus compinches, carcomido por la culpa, de Carmen y “la señora Muñoz, ánima bendita”, las del poblado al Sur del Río, de los paramilitares que lo retienen y ultrajan, es una historia que muestra en toda su crudeza, una dimensión lacerante de nuestra época : la barbarie con sus acentos y diferentes ritmos. Son los Ríos convertidos en tumbas de víctimas causadas por un conflicto interno que devora sin cesar gran parte del tejido social colombiano. A unos y otras, el derecho al duelo de sus familiares y dolientes les está negado.
José no se detiene ante la titánica tarea del rescate del cuerpo de sus dos hijos. Primero se “cruza” o “liga” con el apoyo de su hija Carmen ante un altar en torno a la “Virgen del Carmen”, invocando también a San Antonio, el santo de la presencia. Luego se cuelga al cuello dos escapularios para hacerse invisible en momentos de peligro, y usa el tabaco para llamar la imagen de sus hijos, los cuales verá una noche, mientras duerme. No expresa odio ni su mirada inquina. Sin embargo, lo que actor y director ponen en juego ante el espectador es la fuerza moral del personaje, José: tiene la dignidad del vencido y la esperanza como la fuerza indómita del débil. Como en la Antígona de Sófocles, hija de Edipo Rey, sabe que la muerte acecha su propósito : el derecho al duelo como memoria que dignifica a un ser querido : en ella el cadáver ultrajado de su hermano Polinices, a quien el tirano Creonte “…ha prohibido por medio de heraldo que nadie le dé sepultura ni lamento funerario; se le ha de dejar privado de llantos e insepulto, cual sabroso tesoro para las aves que lo oteen ansiosas de rapiña.”. Para Antígona, su hermano merece una “muerte bella”, un duelo, que lo libre de la vergüenza en la mirada de los otros. En eso radica su rebeldía y también su grandeza. No puede ser ajena al gran gesto fundacional del duelo como “muerte bella” por parte de Príamo ante Aquiles, reclamando el cadáver ultrajado de su hijo Héctor para darle un funeral que lo dignifique ante su pueblo, como nos lo cuenta Homero en la Iliada. También Apolo, usando sus poderes divinos, hace posible que aquel llegue a la tienda de Aquiles para el rescate de su cuerpo y hacerle los funerales que merece.
Sin las mujeres que José encuentra Río abajo, su
búsqueda habría sido infructuosa. Son éstas, silenciosas pero decididas, las
que burlan la prohibición de los paramilitares y llevan un registro de los
muertos arrebatados al Río, o de los restos humanos que este deja en sus
orillas y playas. Conocen las rutas y los lugares donde han sido sepultados en
cementerios improvisados. De esa manera, en una tumba encuentra una bolsa que
contiene el cadáver de Dionisio, y su mano sin tres dedos. Ese despojo humano lo enternece y lo afirma
como padre, como cuando encontró el cuerpo de Rafael, aguas arriba. Aquella
vez, canturreó “Mi muchacho” de Diomedes Díaz, mientras la canoa con su cuerpo
se deslizaba aguas abajo para sepultarlo en una de las orillas del Rio. Ahora,
con un fragmento de un cuerpo entre sus
brazos, canturrea “Los sabanales” de los Corraleros de Majagual, mientras busca
una canoa para remontar el Rio. La fuerza de esa esperanza le permite empezar
su duelo. Para él, las almas de sus dos hijos, “no seguirán penando”. Su
búsqueda terminó airosa gracias al apoyo sin condiciones de esas “Antígonas”
ribereñas que, como” las madres de Soacha”, o “las madres de la plaza de mayo”
de Buenos Aires, reclaman y seguirán reclamando la garantía y cumplimiento del
derecho a un duelo como derecho fundamental. Al final, José también es
Antígona.
Cali, octubre 3 de 2021.
Marinoc6007@gmail.com
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