Lucrecia Martel, Presidenta del Jurado del festival de Venecia 2019, leyó el poderoso discurso con el cual se exalta la vida y obra de Pedro Almodóvar.
“Estamos hoy reunidos para celebrar a Pedro Almodóvar.
Uso estas palabras que son las mismas de la misa
católica.
El cine es su religión, lo ha dicho muchas veces.
El cine corregía lo que la escuela humillaba en él y en
muchos niñas y niños.
Su parroquia fue la sala de cine de barrio.
En ese altar de luces, de canciones pegadizas, danzaron
las divas de todos los tiempos que lo protegieron de la inutilidad moral, como
debieran hacer los santos.
En un reportaje dijiste que seguramente fuiste un niño
muy fuerte para soportar la mirada de incomprensión.
El más fuerte de los niños.
Almodovar fue causa y consecuencia de La Movida, la
contracultura que desempolvó a España del largo letargo del franquismo.
Combatieron con las mejores armas: películas, revistas,
libros, música, fiestas.
Digo esto con nostalgia de aquellos años 80 en que el
deseo estaba mucho menos organizado.
La salud no era un bien necesario. Y la ciudad era la
aventura a la que había que lanzarse.
Era más importante aventurarse en ciertas calles que
tener un home theater 5.1 para ver tres seasons de 11 capítulos.
Una década con muchísimo menos miedo que ahora.
En 45 años ha dirigido y escrito más de treinta películas
y cortos.
Sus invenciones forman parte de la memoria de la
humanidad.
Desde una bolsa de almacén en México a un pastillero en
Tokio.
Todos sabemos que hizo cine sin ir a una escuela de cine,
y festejamos esa carencia.
Afinó sus oídos en los chismes de peluquerías, con las
lavanderas en el rio, en callejones de adictos insomnes, en el cotilleo de los
vecinos.
Para varias generaciones de directores latinoamericanos
su cine fue una reconciliación con el castellano. Tus diálogos nos iluminaron
el lenguaje de nuestras propias familias.
Nos señaló el exquisito camino que las cantantes
populares como Chavela, la Lupe, Mina, abren en la banda sonora.
Coleccionó en su infancia cromos o figuritas de divas del
cine, impresos en colores chirriantes que, dice, inspiraron su extravagante
paleta de colores.
Pero es imposible ver la obra de Almodóvar sin
reconciliarse con los rincones de nuestras casas donde naufraga la moda.
Los fondos que pueblan nuestras fotos familiares.
Nuestras fiestas de quince, y sus peinados.
Almodóvar inundó nuestra memoria con invenciones que no
necesitan de gran presupuesto, sino de honestidad provinciana.
Esos livings de empapelados desquiciados, los enfermeros
amantes, esas alfombras de animal print,
los peinados con spray, las mujeres asimétricas, los aros de cafetera nos
hicieron más libres.
Nos liberaron del buen gusto, de la buena educación, de
la moral mezquina de los que se llaman a sí mismos normales.
Nos liberaron de la claridad de los lazos familiares.
Nos reconciliaron con la estupidez, con los refranes
incomprensibles, con los malentendidos.
Mucho antes de que las mujeres, los homosexuales, las
trans, nos hartáramos en masa del miserable lugar que teníamos en la historia,
Pedro ya nos había hecho heroínas.
Ya había reivindicado el derecho a inventarnos a nosotras
mismas.
Ya había puesto las prótesis de mamas, los dildos, al
lado de un cucharón, o una olla de vapor, al mismo nivel que cualquier cosa
útil.
Ahora se está ocupando de los hombres. Fundamental. ¡Gracias
Pedro!
No hay deber ser en la ética de Almodóvar, hay obligación
de crearse. Obligación de inventarse.
Desbarató la moralina que esconden los géneros del cine,
los mezcló, elevó el melodrama por encima del thriller.
Abrazó el ridículo para hacer un arma sin precedentes
contra el maltrato.
Si aceptamos que el cine expande el mundo que conocemos,
el mundo ha crecido mucho desde que Pedro lanzó sus cortos a mediados de los
años 70.
Sus películas inauguraron territorios donde se puede
vivir mejor.
Pedro, ahora que la ultra derecha se levanta en el mundo
como si nada hubiera pasado, ahora más que nunca lo necesitamos. Porque
seguimos mojando nuestros bikinis en un mar de muertos.”
Aquí el discurso en vídeo:
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